viernes, 20 de marzo de 2015

¿La felicidad se puede medir? ¿Pueden las políticas públicas encargarse de la "felicidad del pueblo"?

En primer lugar, es importante definir lo que queremos decir cuando hablamos de “felicidad”. La palabra puede ser usada en al menos dos sentidos: como una emoción –“¿fuiste feliz ayer?”-, o como una evaluación –“¿En general, eres feliz en tu vida?”
Ambos significados aportan información valiosa que puede ser útil para los tomadores de decisión. Al fin y al cabo, lo que a menudo determina el comportamiento de la gente es cómo se siente en ese preciso momento. Sin embargo es el segundo uso, el evaluativo, el más importante a la hora de pensar en el desarrollo humano y el progreso.

Llevo hablando sobre la medición de la felicidad y la utilidad de estos datos cerca de 15 años, como parte de un trabajo más amplio que es la medición del progreso y el desarrollo. Y cuando hablo con la gente sobre bienestar subjetivo y desarrollo intento destacar cuatro puntos clave.

Primero, la felicidad se puede medir. La ciencia es todavía joven pero la medición es, en principio, fácil: simplemente debemos preguntar a las personas cómo se sienten. Pero ¿cuán exactas son estas mediciones? Los resultados de muchas encuestas confirman que las personas no confunden la felicidad del día a día con su satisfacción general en la vida, así que resulta posible diferenciar ambas respuestas. Por supuesto, puede ser difícil comparar las mediciones de las emociones entre idiomas y culturas diferentes, pero se han hecho esfuerzos considerables para entender esas diferencias y que sean reconocidas.

Segundo, creo que, por motivos pragmáticos, las mediciones de satisfacción en la vida son las competidoras más fuertes  para conseguir desviar la atención pública del PIB como un barómetro popular del progreso. Muchos de aquellos que andan buscando ir más allá del PIB reconocen que esta medición sigue siendo el centro de atención, y lo es, por lo menos en parte, debido a que es un solo número y resulta más fácil de interpretar que un conjunto de indicadores de bienestar: PIB alto – bueno; PIB bajo – malo. De hecho, fue el poder de un solo indicador resumen lo que llevó a la creación del propio Índice de Desarrollo Humano (IDH).

Pero, mientras que la gente puede no estar de acuerdo sobre la construcción conceptual y matemática del IDH (¿por qué el aumento en la esperanza de vida tiene el mismo peso a la hora de formular este índice que el incremento en la escolarización?), una simple medición basada en la satisfacción subjetiva evita estos problemas. Es también un concepto cercano a los ciudadanos y atractivo para los medios de comunicación; y puede proveer de una mirada convincente hacia el mundo del bienestar. Por lo tanto, estas mediciones son una poderosa herramienta de comunicación. Nunca me atrevería, eso sí, a decir que estas mediciones sobre el bienestar subjetivo son todo lo que necesitamos para evaluar el progreso humano. Sin embargo, se trata de un complemento útil. Puede incentivar el debate sobre todos aquellos aspectos que afectan cómo nos sentimos acerca de la vida. Y como ésta se ve afectada por casi todo, un cálculo de la felicidad es un caballo de Troya para la medición del desarrollo humano.

Tercero, la medición de la felicidad puede resultar importante para la política pública. El trabajo pionero de Daniel Kahneman sobre economía del comportamiento ha demostrado que los sentimientos de las personas afectan su conducta. Por ello, cualquiera que quiera influir en los ciudadanos, empleados o consumidores haría bien en entender cómo se siente la gente. Por otra parte, cada vez existen más  evidencias sobre los efectos que tienen nuestras emociones sobre otros aspectos de la vida más “objetivos”. La relación entre felicidad y buena salud parece plausible, aunque en ocasiones sea difícil de probar. Por ejemplo, un estudio examinó a una orden de religiosas en Milwaukee, observando las relaciones entre felicidad y esperanza de vida entre un grupo de mujeres que se unieron a la orden a los 22 años. A los 85 años, el 90% de las religiosas más alegres (cuando entraron al convento) todavía estaban vivas en comparación con un tercio de las monjas menos alegres. A los 94 años, más de la mitad de las más alegres aún estaban vivas, en comparación con el 10% de las menos alegres.

Fascinante, sin duda, ¿pero qué significado real tiene para la política pública? Lord Gus O’Donnell, ex jefe del servicio público británico, ha mostrado una serie de ejemplos interesantes de por qué esto es importante para los gobiernos. Estos van desde poner más atención a la salud mental, hasta tomar en cuenta el bienestar, más que el dinero, en el análisis del costo-beneficio para evaluar donde construir nuevas carreteras. O’Donnell señala que “los gobiernos se están dando cuenta cada vez más de que el uso el bienestar como una medida de éxito puede dar lugar a mejores políticas”. Además, a medida que se recojan más datos sobre bienestar es probable que surjan políticas más innovadoras y los funcionarios públicos pueden comenzar a usar esos datos.

Y por último, mirar las evaluaciones del bienestar subjetivo ofrece una perspectiva útil y adicional para medir el desarrollo humano, incluido el IDH. Hay una correlación fuerte entre las dos mediciones mencionadas anteriormente, como muestra el capítulo 8 del Informe sobre felicidad en el mundo. Esto resulta tranquilizador. Pero lo que es realmente más interesante, para cualquiera que intente entender los caminos para el desarrollo, son aquellos países donde las dos mediciones no están en sintonía. Por ejemplo Egipto.


El bienestar subjetivo y su medición no es solo un lujo para el mundo desarrollado. Es importante para cualquier país. Y aunque esta ciencia es todavía joven y requiere de mayor investigación, especialmente de los países en desarrollo, es un área que, creo, va a resultar cada vez más interesante para cualquiera que desee entender y promover el desarrollo humano.



(Texto adaptado. Basado en contenido web)

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